7 𐄍 Donde No Duele 𐄍 7
16/05/23 —23:11
Lo que me atrapa una y otra vez de La Forja empieza con el desapercibido modo en que una portezuela anodina y oxidada en un callejón lúgubre da acceso a una escalera estrecha, de piedra desnuda y desgastada, que parece descender a una cueva mugrienta, pero, sin embargo, como en una fantasmal transmutación, esa escalera va ensanchándose conforme gira alrededor de un muro húmedo y desconchado, y de ahí le nace una baranda de trabajado hierro, los escalones se tornan progresivamente mejor definidos y se cubren de brillantes azulejos y pirlanes de madera, hasta que, finalmente, se abre a un elegante espacio que combina exquisitamente lo rústico y el lujo: En el centro de la sala, entre las mesas, una bellísima estufa antigua impera pesada y mastodóntica; la iluminación, cuidadosamente proyectada, difusa, un suave fulgor desde los ángulos, te hace imaginar hierro fundido pasando de crisol a crisol en fantasías de arcanos herreros; ocupando todo el fondo del amplio sótano, la barra, cubierta del clásico rulo de cuero -creo que se llama portavasos-, corre inmóvil como una ordenada oruga de inmóviles taburetes; tras ella, hileras e hileras de joyas líquidas atrapadas en vidrio. Podría decir que el sitio tiene alma, un alma que se emborracha de las almas de los borrachos que vienen por aquí. Supongo que lo que me ocurre es que este lugar me invita a sentirme parte de otra historia, ya no la mía, la de un cómic más bien, un cómic que transcurre en un mundo gemelo al mío, quizá inspirado en él pero no el mismo. Un mundo gemelo donde todo rezuma misterio, carisma e irrealidad.
— ¿Qué tal el día? – Elia transmite con su voz clara y sonora su alegre talante natural
—Normal, la rutina de siempre –respondo sonriendo.
—¿Y ahora es también la rutina de siempre? —incide mientras agita una coctelera
—Bueno, es la mejor parte – realmente he tenido un montón de cosas que hacer, no he parado en todo el día. Me merecía tomarme una copa.
—¿Qué va a ser?
—Un Sazerac porfa –digo mientras deslizo el trasero sobre uno de los mullidos taburetes de cuero.
Elia acaba de preparar dos cócteles Tiki que tenía a medias, los coloca en una bandeja y se los pasa al camarero de sala. Luego sigue con mi trago. Mientras, yo miro nebulosamente sus movimientos detrás de la barra. Los párpados me pesan... muchas horas frente a la pantalla. Pierdo un poco la noción del tiempo hasta que vuelve y me aproxima un vaso de dorado contenido y decorado con un rizo de limón.
—Pareces cansado, ¿qué es eso con lo que jugueteas? – Elia mira hacia mis manos. Yo, al darme cuenta, también. En efecto estoy manoseando distraídamente la pequeña cajita, girándola sobre sus esquinas opuestas entre mis dedos meñique y pulgar.
—Pues es una cajita, una chuchería del Aliexpress que ni siquiera recuerdo para qué ni cuando pedí y que llevo arrastrando todo el día sin tampoco saber muy bien por qué – le digo apoyando la mano en la sien.
—¿Será que ibas a hacerle un regalo a alguien?
—Pues si es eso no sería muy importante, porque no me acuerdo.
—Es un cofrecito ideal para poner un anillo y declararse a alguien ¿seguro que no es para mí? —Estos chistes con ella son constantes, pero no pretende nada, solo reírse.
—A lo mejor hay un diamante dentro —Sigo el juego
—¿Pero no la has abierto? – exclama sorprendida
—No, la verdad es que desde esta mañana he ido de una cosa en otra y, a pesar de que la he llevado de aquí para allá, ni se me ha ocurrido ni he tenido tiempo. Pero ni pesa ni suena al agitarla, está vacía.
—¿Seguro? – Elia hace un gesto con la ceja. Me quedo callado. Realmente no sé por qué no la he abierto. Es como si me diera miedo.
—Está bien. Voy a abrirla –Tiro de su pequeño pestillo deslizante, se abre con suavidad– ¿Ves? No hay nada… –me cuesta admitir que sí que hay algo– espera sí, hay un sobrecito minúsculo.
—¡Guau…!
—Pone algo: ‘No More Playing?’ – Abro mucho los ojos al leerlo, seguidamente vuelvo el sobrecito hacia ella como para demostrar que no me lo invento.
—Alguien quiere jugar. ¿A qué esperas para abrirlo? – me presiona animosa
—¡Voy! – me apresuro a abrirlo –. Es una tarjeta… con un número… o 4 números… mmm, es una dirección IP. – Giro instintivamente la tarjetita–En el reverso también hay algo escrito: ‘08/06 23:00 UTC ’
—Un sitio, un día, una hora… Creo que tienes una cita.
—eso es en... ¿tres semanas? Parece una broma, ¿no? O eso o me han mandado un paquete equivocado.
—¿No puede haberte mandado alguien ese paquete por alguna razón?
—Sí, claro, es posible. Pero no es el estilo de nadie que conozca. Y lo de quedar en una IP…
—¿No será alguien que quiere jugar al ajedrez? Lo mismo es el tipo misterioso del otro día –levanta las cejas, su mirada tiene una mueca de misterio.
—Pues me ha venido momentáneamente a la cabeza. Pero es una idea absurda ¿cómo va a saber quién soy? Es decir, ¿esta IP sería una web de ajedrez?
—¿Qué te apuestas?
—¿Qué querrías?
—Si acierto me subes un barril de cerveza del sótano
—Jaja, ok, eso contra otro delicioso Sazerac si pierdes —aprovecho para hacerla invitarme a otro trago—. ¿Y cómo averiguamos qué es?
—Tan simple como… ¿escribir estos 4 numeros en google? –Elia me quita el papelito de las manos con un gesto repentino, saca su móvil del bolsillo de su delantal y copia los dígitos.– ¿Qué es esto? –Pone cara rara y me pasa su móvil. Cojo su móvil y miro las entradas de la búsqueda.
—"acidloomserver.net::dm Quake2 map q2dm2… Players: 10/30…" – me deja algo confuso. Realmente sé bien de qué se trata, pero no lo esperaba. Prefiero no hacerlo notar y, en cualquier caso… – Lo siento. Has perdido la apuesta. Es un servidor de Quake II, un videojuego, de acción. Va de combate con armas de fuego en primera persona, matar a todo el mundo a tiros: un 'FPS', ‘First-Person-Shooter’. El servidor es donde te conectas para jugar al modo multijugador.
—Vaya. Bueno. Es un juego al menos. – su tono tiene una nota de disconformidad
—Sí… bueno, tengo que confesar que hay algo que me sorprende: Es un juego muy antiguo. Yo jugaba hace más de 20 años. Jugaba bastante, diría que estuve enganchado. Me sorprende que todavía se juegue y, bueno, es mucha casualidad…
—Entonces ¿Te lo ha enviado alguien que te conoce? –me corta.
—Diría que sí, puede ser casualidad, pero … —ciertamente, tenía amigos de la época que jugaba a ese juego, pero les perdí la pista desde hace tanto como que dejé de jugar. Quizá alguno estaba nostálgico y me había encontrado…
—¿Pero qué..? – parece casi ansiosa por la explicación
—¡Pero nada! Que en cualquier caso es muy raro —me siento agobiado de repente—. No veo ni tengo relación ya con nadie de esa época. Y no me cuadra que sepan mi dirección actual.
—No le des vueltas. —y tuerce el labio— Vivimos en un mar de información. Tus datos están en todas partes
—Ya… pero no me cuadra quién podría ser para tomarse ese interés. Realmente me agradaría saber de esos viejos amigos, pero no los habría buscado ni creo que ellos a mí. – hablo como desde el fondo de mis pensamientos
—¿Por qué perdiste el contacto? – me dice entrando en modo cotilleo
— Dejé de jugar. Estaba enganchado, pensé que me alienaba del mundo real.
— No sé si sirvió de algo. Sigues siendo tela de friki. —lo suelta todo, no perdona.
— Seguramente tienes razón. Pero al menos soy un friki viviendo en el mundo real –por la mirada de Elia, debo vivir en el planeta de las musarañas–. Quiero decir: Que los videojuegos son adictivos no es un secreto. Hay muchas razones por las que lo son, pero si tuviera que englobarlas de alguna manera diría que lo que ocurre es que replican los mecanismos que nos conducen en la vida, tanto para llegar a nuestros logros como para reponernos del fracaso: pero lo hacen recalibrando los pesos premio-castigo en el circuito, los tempos sutilmente sintonizados resuenan a la perfección con nuestra sed de estímulos; la activación de lo que a cada instante esperamos, a través de trucos mayormente inconscientes, se vuelve fácil y cómoda y el sentido de la maquinaria ancestral que llevamos de serie acaba desnaturalizado. Y no es que los videojuegos no me sigan pareciendo un mundo fascinante. Activan habilidades y reflejos, nos hacen aprender rápido, atrapan, permiten el trance de nuestra imaginación en mundos nuevos como nunca antes había sido posible, te rodean de historias y de un entorno que son fruto del trabajo de grandes creadores. Realmente creo que hay arte verdaderamente sobresaliente en ellos y que cada vez habrá más. El problema es que fácilmente te hacen perder el foco de lo que hay fuera, suplen objetivos de tu vida que son más duros de afrontar. Lo que me llevó a alejarme de ellos es que me di cuenta de que crean una corteza que te hace vivir la historia a través de un personaje, acolchada, no lo sientes tuyo.
— Sé porque los frikis jugáis a los videojuegos. Ahí no os queréis esconder cuando la chica de turno os mira a los ojos.
— Exacto. Y no solo eso: A través de la pantalla no duele cuando te caes, no te falta el aire cuando corres, no sientes miedo cuando hay peligro. Recibir balazos en un campo de batalla virtual… sí, duele de algún modo en el circuito de recompensa del cerebro, te jode pero sigue siendo fácil estar ahí y no quieres dejar de jugar. De hecho, quieres volver a jugar una y otra vez… no les suele pasar eso a los heridos en una guerra real (aunque hay de todo en la viña del señor). Por no hablar del miedo a morir: con el ordenador si mueres solo tienes que pulsar un botón para volver a empezar. Te costará un numerito en un contador de puntos. Es evidente que el espectro de emociones queda reducido. Tampoco hace falta irse a una guerra ciertamente, simplemente en un deporte ya sabes qué significa el esfuerzo cuando estás al límite o el daño que te puedes hacer si te pegas una piña
— No pain, no gain. Eh? —se burla poniendo voz de tipo duro— Bueno, puedes pensar en hipotéticos videojuegos del futuro donde duela igual (o bueno, jaja, para mi por favor que lo suavizarán un poco) y si mueres en el juego mueres en la realidad. Hay pelis de eso, ¿no? No jugaría mucha gente, claro. Al menos por voluntad propia.
— Es que me resulta muy difícil imaginar cómo cambiará todo esto hacia el futuro, con, ya sabes, los avances de la realidad virtual y todo eso. Y mucho menos cómo será de difícil discernir, saber si una tecnología nos mejora e impulsa o se convierte un velo que limita nuestra percepción. Aún cuando nos quedaramos solo en las sensaciones buenas, tampoco sé si llegará el día en que se llegue a un nivel de realidad en la simulación tal que la sensación del viento en la cara y el sudor goteando desde la barbilla en un momento de tensión sea simplemente indistinguible. Sé que, por el momento, claramente no lo es.
— Pero, piénsalo: ¿y si lo hubieras sentido así cuando jugabas? ¿Qué habrías hecho?
— No lo sé. La decisión habría sido más difícil seguramente. En cualquier caso, para que realmente sientas lo mismo, no puedes saber que estás en una simulación. Aunque si la simulación es la vida que deseas será muy fácil engañarse, o incluso convencerse y borrar completamente la otra vida no deseada. Podríamos pensar en alguna tecnología de borrado de memoria pero quizá bastaría solamente querer enterrarla en el fondo del inconsciente como se hace con un trauma Tu y yo tenemos una existencia razonablemente feliz, ¿no?. Aún así, el tiempo nos pasa por encima y vamos acumulando frustraciones. Nuestra vida va pasando y nos damos cuenta de todo lo que no va a ocurrir y habríamos soñado. Imagina que te ofrecen entrar en una simulación: Tu memoria se borrará y nacerás de nuevo en un entorno diseñado para satisfacer lo que siempre has querido y no has conseguido. Vivirás toda esa vida hasta la muerte y solo entonces despertarás de nuevo a tu actual vida sabiendo que todo eso no fue real. ¿Entrarías?
— Ahora no… pero hay momentos de flaqueza. Sería difícil, cierto.
— ¿Y quién te dice que no los tuviste ya y entraste?
— Pues Uriel, simplemente no me acabaría de cuadrar. No me quejo de mi vida, pero no es lo que habría elegido, sería estrella de rock o actriz en Hollywood.
— ¿Cómo lo sabes? Quizá no habrías sido más feliz. O quizá no te cuadraría. O quizá no te llegaba para pagarte la simulación VIP.
— Además, si existieran esas simulaciones las prohibirían –conjetura con sonrisa macabra.
— ¿Por qué? –respondo sin saber por donde va.
— Todo el mundo se suicidaría al salir de ellas.
— Jajaja… ¡Pero en realidad no! Porque sabrías que cada vez que mueres despertarías en una vida aún peor. No tendrías modo de saber cuántas simulaciones anidadas hay, podrían ser infinitas. -pongo una sonrisa aún más sádica y retorcida- Ten cuidado, yo lo hago con frecuencia, y pensar este tipo cosas te acaba llevando a un verdadero infierno mental.
— Uriel… por el momento lo que tenemos que hacer es disfrutar de esto, sea vida o simulación. Al menos mientras nos dure el licor, la libertad y los atardeceres –zanja Elia al tiempo que se dispone a atender a un grupo que acaba de llegar. Igualmente, me doy cuenta de que ya ha tenido bastante chapa sobre mundos en bucle.
— ¡Irrefutable! –Levanto el vaso y me acabo el Sazerac de un trago—Me voy. Esta noche no quiero pillarla. Pero primero te subiré ese barril. Aunque hayas perdido.
— ¿Te atreverás con esa simulación de tus viejos tiempos?
— No lo sé –me levanto del taburete-. Por el momento, me ha hecho sentir cierta nostalgia. Ni siquiera sé si me acuerdo de cómo se juega.
16/05/23 —23:11
Lo que me atrapa una y otra vez de La Forja empieza con el desapercibido modo en que una portezuela anodina y oxidada en un callejón lúgubre da acceso a una escalera estrecha, de piedra desnuda y desgastada, que parece descender a una cueva mugrienta, pero, sin embargo, como en una fantasmal transmutación, esa escalera va ensanchándose conforme gira alrededor de un muro húmedo y desconchado, y de ahí le nace una baranda de trabajado hierro, los escalones se tornan progresivamente mejor definidos y se cubren de brillantes azulejos y pirlanes de madera, hasta que, finalmente, se abre a un elegante espacio que combina exquisitamente lo rústico y el lujo: En el centro de la sala, entre las mesas, una bellísima estufa antigua impera pesada y mastodóntica; la iluminación, cuidadosamente proyectada, difusa, un suave fulgor desde los ángulos, te hace imaginar hierro fundido pasando de crisol a crisol en fantasías de arcanos herreros; ocupando todo el fondo del amplio sótano, la barra, cubierta del clásico rulo de cuero -creo que se llama portavasos-, corre inmóvil como una ordenada oruga de inmóviles taburetes; tras ella, hileras e hileras de joyas líquidas atrapadas en vidrio. Podría decir que el sitio tiene alma, un alma que se emborracha de las almas de los borrachos que vienen por aquí. Supongo que lo que me ocurre es que este lugar me invita a sentirme parte de otra historia, ya no la mía, la de un cómic más bien, un cómic que transcurre en un mundo gemelo al mío, quizá inspirado en él pero no el mismo. Un mundo gemelo donde todo rezuma misterio, carisma e irrealidad.
— ¿Qué tal el día? – Elia transmite con su voz clara y sonora su alegre talante natural
—Normal, la rutina de siempre –respondo sonriendo.
—¿Y ahora es también la rutina de siempre? —incide mientras agita una coctelera
—Bueno, es la mejor parte – realmente he tenido un montón de cosas que hacer, no he parado en todo el día. Me merecía tomarme una copa.
—¿Qué va a ser?
—Un Sazerac porfa –digo mientras deslizo el trasero sobre uno de los mullidos taburetes de cuero.
Elia acaba de preparar dos cócteles Tiki que tenía a medias, los coloca en una bandeja y se los pasa al camarero de sala. Luego sigue con mi trago. Mientras, yo miro nebulosamente sus movimientos detrás de la barra. Los párpados me pesan... muchas horas frente a la pantalla. Pierdo un poco la noción del tiempo hasta que vuelve y me aproxima un vaso de dorado contenido y decorado con un rizo de limón.
—Pareces cansado, ¿qué es eso con lo que jugueteas? – Elia mira hacia mis manos. Yo, al darme cuenta, también. En efecto estoy manoseando distraídamente la pequeña cajita, girándola sobre sus esquinas opuestas entre mis dedos meñique y pulgar.
—Pues es una cajita, una chuchería del Aliexpress que ni siquiera recuerdo para qué ni cuando pedí y que llevo arrastrando todo el día sin tampoco saber muy bien por qué – le digo apoyando la mano en la sien.
—¿Será que ibas a hacerle un regalo a alguien?
—Pues si es eso no sería muy importante, porque no me acuerdo.
—Es un cofrecito ideal para poner un anillo y declararse a alguien ¿seguro que no es para mí? —Estos chistes con ella son constantes, pero no pretende nada, solo reírse.
—A lo mejor hay un diamante dentro —Sigo el juego
—¿Pero no la has abierto? – exclama sorprendida
—No, la verdad es que desde esta mañana he ido de una cosa en otra y, a pesar de que la he llevado de aquí para allá, ni se me ha ocurrido ni he tenido tiempo. Pero ni pesa ni suena al agitarla, está vacía.
—¿Seguro? – Elia hace un gesto con la ceja. Me quedo callado. Realmente no sé por qué no la he abierto. Es como si me diera miedo.
—Está bien. Voy a abrirla –Tiro de su pequeño pestillo deslizante, se abre con suavidad– ¿Ves? No hay nada… –me cuesta admitir que sí que hay algo– espera sí, hay un sobrecito minúsculo.
—¡Guau…!
—Pone algo: ‘No More Playing?’ – Abro mucho los ojos al leerlo, seguidamente vuelvo el sobrecito hacia ella como para demostrar que no me lo invento.
—Alguien quiere jugar. ¿A qué esperas para abrirlo? – me presiona animosa
—¡Voy! – me apresuro a abrirlo –. Es una tarjeta… con un número… o 4 números… mmm, es una dirección IP. – Giro instintivamente la tarjetita–En el reverso también hay algo escrito: ‘08/06 23:00 UTC ’
—Un sitio, un día, una hora… Creo que tienes una cita.
—eso es en... ¿tres semanas? Parece una broma, ¿no? O eso o me han mandado un paquete equivocado.
—¿No puede haberte mandado alguien ese paquete por alguna razón?
—Sí, claro, es posible. Pero no es el estilo de nadie que conozca. Y lo de quedar en una IP…
—¿No será alguien que quiere jugar al ajedrez? Lo mismo es el tipo misterioso del otro día –levanta las cejas, su mirada tiene una mueca de misterio.
—Pues me ha venido momentáneamente a la cabeza. Pero es una idea absurda ¿cómo va a saber quién soy? Es decir, ¿esta IP sería una web de ajedrez?
—¿Qué te apuestas?
—¿Qué querrías?
—Si acierto me subes un barril de cerveza del sótano
—Jaja, ok, eso contra otro delicioso Sazerac si pierdes —aprovecho para hacerla invitarme a otro trago—. ¿Y cómo averiguamos qué es?
—Tan simple como… ¿escribir estos 4 numeros en google? –Elia me quita el papelito de las manos con un gesto repentino, saca su móvil del bolsillo de su delantal y copia los dígitos.– ¿Qué es esto? –Pone cara rara y me pasa su móvil. Cojo su móvil y miro las entradas de la búsqueda.
—"acidloomserver.net::dm Quake2 map q2dm2… Players: 10/30…" – me deja algo confuso. Realmente sé bien de qué se trata, pero no lo esperaba. Prefiero no hacerlo notar y, en cualquier caso… – Lo siento. Has perdido la apuesta. Es un servidor de Quake II, un videojuego, de acción. Va de combate con armas de fuego en primera persona, matar a todo el mundo a tiros: un 'FPS', ‘First-Person-Shooter’. El servidor es donde te conectas para jugar al modo multijugador.
—Vaya. Bueno. Es un juego al menos. – su tono tiene una nota de disconformidad
—Sí… bueno, tengo que confesar que hay algo que me sorprende: Es un juego muy antiguo. Yo jugaba hace más de 20 años. Jugaba bastante, diría que estuve enganchado. Me sorprende que todavía se juegue y, bueno, es mucha casualidad…
—Entonces ¿Te lo ha enviado alguien que te conoce? –me corta.
—Diría que sí, puede ser casualidad, pero … —ciertamente, tenía amigos de la época que jugaba a ese juego, pero les perdí la pista desde hace tanto como que dejé de jugar. Quizá alguno estaba nostálgico y me había encontrado…
—¿Pero qué..? – parece casi ansiosa por la explicación
—¡Pero nada! Que en cualquier caso es muy raro —me siento agobiado de repente—. No veo ni tengo relación ya con nadie de esa época. Y no me cuadra que sepan mi dirección actual.
—No le des vueltas. —y tuerce el labio— Vivimos en un mar de información. Tus datos están en todas partes
—Ya… pero no me cuadra quién podría ser para tomarse ese interés. Realmente me agradaría saber de esos viejos amigos, pero no los habría buscado ni creo que ellos a mí. – hablo como desde el fondo de mis pensamientos
—¿Por qué perdiste el contacto? – me dice entrando en modo cotilleo
— Dejé de jugar. Estaba enganchado, pensé que me alienaba del mundo real.
— No sé si sirvió de algo. Sigues siendo tela de friki. —lo suelta todo, no perdona.
— Seguramente tienes razón. Pero al menos soy un friki viviendo en el mundo real –por la mirada de Elia, debo vivir en el planeta de las musarañas–. Quiero decir: Que los videojuegos son adictivos no es un secreto. Hay muchas razones por las que lo son, pero si tuviera que englobarlas de alguna manera diría que lo que ocurre es que replican los mecanismos que nos conducen en la vida, tanto para llegar a nuestros logros como para reponernos del fracaso: pero lo hacen recalibrando los pesos premio-castigo en el circuito, los tempos sutilmente sintonizados resuenan a la perfección con nuestra sed de estímulos; la activación de lo que a cada instante esperamos, a través de trucos mayormente inconscientes, se vuelve fácil y cómoda y el sentido de la maquinaria ancestral que llevamos de serie acaba desnaturalizado. Y no es que los videojuegos no me sigan pareciendo un mundo fascinante. Activan habilidades y reflejos, nos hacen aprender rápido, atrapan, permiten el trance de nuestra imaginación en mundos nuevos como nunca antes había sido posible, te rodean de historias y de un entorno que son fruto del trabajo de grandes creadores. Realmente creo que hay arte verdaderamente sobresaliente en ellos y que cada vez habrá más. El problema es que fácilmente te hacen perder el foco de lo que hay fuera, suplen objetivos de tu vida que son más duros de afrontar. Lo que me llevó a alejarme de ellos es que me di cuenta de que crean una corteza que te hace vivir la historia a través de un personaje, acolchada, no lo sientes tuyo.
— Sé porque los frikis jugáis a los videojuegos. Ahí no os queréis esconder cuando la chica de turno os mira a los ojos.
— Exacto. Y no solo eso: A través de la pantalla no duele cuando te caes, no te falta el aire cuando corres, no sientes miedo cuando hay peligro. Recibir balazos en un campo de batalla virtual… sí, duele de algún modo en el circuito de recompensa del cerebro, te jode pero sigue siendo fácil estar ahí y no quieres dejar de jugar. De hecho, quieres volver a jugar una y otra vez… no les suele pasar eso a los heridos en una guerra real (aunque hay de todo en la viña del señor). Por no hablar del miedo a morir: con el ordenador si mueres solo tienes que pulsar un botón para volver a empezar. Te costará un numerito en un contador de puntos. Es evidente que el espectro de emociones queda reducido. Tampoco hace falta irse a una guerra ciertamente, simplemente en un deporte ya sabes qué significa el esfuerzo cuando estás al límite o el daño que te puedes hacer si te pegas una piña
— No pain, no gain. Eh? —se burla poniendo voz de tipo duro— Bueno, puedes pensar en hipotéticos videojuegos del futuro donde duela igual (o bueno, jaja, para mi por favor que lo suavizarán un poco) y si mueres en el juego mueres en la realidad. Hay pelis de eso, ¿no? No jugaría mucha gente, claro. Al menos por voluntad propia.
— Es que me resulta muy difícil imaginar cómo cambiará todo esto hacia el futuro, con, ya sabes, los avances de la realidad virtual y todo eso. Y mucho menos cómo será de difícil discernir, saber si una tecnología nos mejora e impulsa o se convierte un velo que limita nuestra percepción. Aún cuando nos quedaramos solo en las sensaciones buenas, tampoco sé si llegará el día en que se llegue a un nivel de realidad en la simulación tal que la sensación del viento en la cara y el sudor goteando desde la barbilla en un momento de tensión sea simplemente indistinguible. Sé que, por el momento, claramente no lo es.
— Pero, piénsalo: ¿y si lo hubieras sentido así cuando jugabas? ¿Qué habrías hecho?
— No lo sé. La decisión habría sido más difícil seguramente. En cualquier caso, para que realmente sientas lo mismo, no puedes saber que estás en una simulación. Aunque si la simulación es la vida que deseas será muy fácil engañarse, o incluso convencerse y borrar completamente la otra vida no deseada. Podríamos pensar en alguna tecnología de borrado de memoria pero quizá bastaría solamente querer enterrarla en el fondo del inconsciente como se hace con un trauma Tu y yo tenemos una existencia razonablemente feliz, ¿no?. Aún así, el tiempo nos pasa por encima y vamos acumulando frustraciones. Nuestra vida va pasando y nos damos cuenta de todo lo que no va a ocurrir y habríamos soñado. Imagina que te ofrecen entrar en una simulación: Tu memoria se borrará y nacerás de nuevo en un entorno diseñado para satisfacer lo que siempre has querido y no has conseguido. Vivirás toda esa vida hasta la muerte y solo entonces despertarás de nuevo a tu actual vida sabiendo que todo eso no fue real. ¿Entrarías?
— Ahora no… pero hay momentos de flaqueza. Sería difícil, cierto.
— ¿Y quién te dice que no los tuviste ya y entraste?
— Pues Uriel, simplemente no me acabaría de cuadrar. No me quejo de mi vida, pero no es lo que habría elegido, sería estrella de rock o actriz en Hollywood.
— ¿Cómo lo sabes? Quizá no habrías sido más feliz. O quizá no te cuadraría. O quizá no te llegaba para pagarte la simulación VIP.
— Además, si existieran esas simulaciones las prohibirían –conjetura con sonrisa macabra.
— ¿Por qué? –respondo sin saber por donde va.
— Todo el mundo se suicidaría al salir de ellas.
— Jajaja… ¡Pero en realidad no! Porque sabrías que cada vez que mueres despertarías en una vida aún peor. No tendrías modo de saber cuántas simulaciones anidadas hay, podrían ser infinitas. -pongo una sonrisa aún más sádica y retorcida- Ten cuidado, yo lo hago con frecuencia, y pensar este tipo cosas te acaba llevando a un verdadero infierno mental.
— Uriel… por el momento lo que tenemos que hacer es disfrutar de esto, sea vida o simulación. Al menos mientras nos dure el licor, la libertad y los atardeceres –zanja Elia al tiempo que se dispone a atender a un grupo que acaba de llegar. Igualmente, me doy cuenta de que ya ha tenido bastante chapa sobre mundos en bucle.
— ¡Irrefutable! –Levanto el vaso y me acabo el Sazerac de un trago—Me voy. Esta noche no quiero pillarla. Pero primero te subiré ese barril. Aunque hayas perdido.
— ¿Te atreverás con esa simulación de tus viejos tiempos?
— No lo sé –me levanto del taburete-. Por el momento, me ha hecho sentir cierta nostalgia. Ni siquiera sé si me acuerdo de cómo se juega.