La Humildad Oscura - Quantum and a half

2 = Humildad y Niebla = 2



28/03/23 - 08:44


Otra vez en el coche, otra vez sensación de cargo de conciencia. Anoche me dormí enseguida, pero me he despertado brumoso. La mañana también está brumosa, hay niebla en la carretera. Me retumba en la cabeza esa partida de ajedrez extraña, esa conversación aún más extraña y la culpa de seguir sin escribir en ese maldito blog.

“Todo tu problema viene de antiguo, empezó con unos monos raros que se pasaron de los plátanos a hacerse grandes preguntas existenciales. Y cada mono respondía como quería: así, arte, filosofía y religión están llenas de respuestas, discutibles, por supuesto. Pero algunos monos quisieron ir un paso más allá en las respuestas y a esos no les ha valido con divagar... la respuesta tenía que poder comprobarse. Así nació la ciencia. Y ahora no puedes evitar darles a esos monos serios y disciplinados un valor especial por ello, porque, como ellos, al final buscas la verdad; y si todavía crees que está en algún sitio, es en la ciencia; aunque a ti, como mono individual, desafortunadamente, no se te acabe de dar bien.”

La conciencia volvería a dar por culo, eso ya lo sabía. Y quién mejor que yo para joderme a mi mismo: Es cierto, la ciencia se ha ganado mi confianza como el único filtro fiable de la verdad. De algún modo, no puedo evitar ponerla en la cúspide de la estructura de mi pensamiento. Si me hago una idea de algo en el mundo quiero poder someterla al método científico: hay una hipótesis, unas medidas, la hipótesis se comprueba o se refuta. En principio, es fácil.

Indagar sobre los pedacitos de la realidad, sobre la pasta de la existencia, es un instinto que parece inseparable de la consciencia –si mi conciencia me permite separarla de ella-. Todos lo hacemos a nuestra manera. Lo que pasa es que la humanidad lo lleva haciendo ya muchos años de historia y el camino está muy trillado. Así que la ciencia es ahora un territorio de colosos donde se hace brutalmente intimidante lanzar cualquier propuesta no rigurosa, pero ¿y si...?

“No, y si no. Ha habido mucha gente muy buena que ya se ha comido mucho el tarro y ahora hay otro montón que sigue haciéndolo. Lo han estudiado todo muy bien y tienen muy claro lo que hacen ¿sabes? Lo que tú tengas que decir no será una aportación, será un estorbo.“

¿Me ocurre esto solo a mí? ¿Este razonamiento impertinente? Intuyes que tienes algo, sin embargo, no acaba de salirte. Entonces piensas que mejor te lo guardas, casi por respeto, porque nadie tiene que tragarse y perder su tiempo con tu propuesta mediocre y ambigua.  Al final dejas que todo caiga en saco roto. Pero ¿y si...? sí, ¿y si realmente tenías algo valioso qué ofrecer?

No me quedo conforme. Algo me ronda la cabeza. Y sé bien que no estoy armado para entrar en ese terreno, me faltan capacidades y formación. Pero el pálpito es cada día más fuerte, aunque siempre igual de abstracto. Toda mi vida he dejado de intentar cosas porque doy por supuesto que no están a la altura, he desechado mis ideas, mis bocetos y mis quimeras porque nunca he podido darles valor, no he pensado que pudieran interesar a nadie. ¿Por qué?

Anoche lo vi, lo estaba viendo todo el tiempo. Y cuando llegué a casa lo seguía viendo, y solo atiné a huir otra vez, nada más que para volver a encontrármelo de bruces: Tengo un conflicto, un conflicto entre una idea persistente y obsesiva burbujeando bajo mi líquido cerebroespinal y mi incapacidad para plasmarla con solidez. Con solidez científica, claro, porque lo más lógico es pensar que es solo un delirio. Pero es un delirio que no deja de seducirme, un delirio sobre la esencia de la realidad misma, un delirio que, a ratos me parece un absurdo sinsentido y a ratos me parece palpable y evidente. ¿Y si no es del todo un delirio y me faltan conocimientos o herramientas para dilucidarlo? Quizás necesito ayuda, ayuda, aunque solo sea para descalificarlo y desterrarlo irrefutable y definitivamente.

Por otro lado, me fastidia, me pica el orgullo, pienso que como mi delirio que es y debería ser capaz de trabajarlo y aclararlo yo. Pero el tiempo pasa y no doy con la tecla, de hecho, cada vez veo más teclas que pulsar en el intrincado piano fractal que me envuelve y me invita a seguir una melodía secreta sintetizada desde alguna capa profunda de mi macerada mente.

La pequeña revelación que entresaco es que el único modo de romper el bucle es meterse en él: simplemente sacar fuera mi conflicto y escribir, dirigir el estreno del blog a esa lucha interna en una primera declaración de … ¿humildad? Humildad porque tengo que reconocer que no soy capaz de seguir adelante con esto solo y voy a necesitar ayuda. Sí, parece que no queda otra que lanzar una bengala en medio de este gran océano intelectual del ciberespacio, por si alguna de las grandes mentes, sólidas y bien estructuradas, que navegan por él pudiera ser atraída hacia mi esperpéntica hipótesis naufragada... Quizás el 'blog' no es más que eso, una bengala desesperada en la oscuridad.

Aunque lo veo claro, no me resulta fácil. De hecho, me molesta tener que salir de mi lavadora mental al mundo que gira fuera. Y es que… ¿cómo se conduce exactamente esa humildad ahí fuera?

La siento en la piel cada vez que miro al cielo inmenso, paso por ella cada vez que intento comprender algo, está dura, me la recuerda la gravedad cuando me caigo, y, si cabe, se hizo especialmente clara y evidente esa vez que mis pulmones se inundarón con una enorme bola de humo de sapo sagrado, me tumbé en la cama boca arriba y pasé media hora intentando dar sentido a la pintura del techo. La humildad es una cosa que notas cuando algo te sobrecoge y te supera.

Luego, en la práctica, no es una cuestión sencilla la HUMILDAD (¿No es irónico poner humildad con mayúsculas? Bueno, da igual). Ya de primeras parece bastante pantanoso entrar en la cuestión, si pretendo tratar el tema de la humildad con humildad. Es tan fácil que la humildad se revuelva, se tuerza hacia su cara oscura y se convierta en otra cosa, hipocresia o maquillada soberbia, que pienso que mejor ni lo voy a intentar.

El delicado equilibrio entre autoestima y modestia es bien conocido, incluso está documentado con experimentos: el efecto Dunning-Kruger, el efecto Pigmalión, la ley de la controversia de Benford y tantos fenómenos parecidos. Y es que es cierto que la humildad tiene doble filo, porque también es una pervertida sensación de humildad la que nos frena de atrevernos a mostrar lo que tenemos y lo que pensamos y a sentir que tiene poder y valor. Sé que cualquier psicólogo, sacerdote, mentor o superpositivo youtuber dador de consejos de las redes tiene mil argumentos para explicarte que sí que hay que ser humilde, y que la confianza y la humildad no son incompatibles, que van de la mano y, y que, ya… muy bonito, y mucha palabrería de libro de autoayuda, que ya lo sé. Lo sé, pero no se trata de eso, sigo pensando que hay una vuelta de tuerca más.

Llegado cierto punto, y una vez ahí fuera, lo que nos creamos o nos dejemos de creer importa poco, se trata de qué podemos conseguir según la actitud qué tomemos. Y en ese sentido ya da igual lo que quiera razonar cualquier influencer-predicador-pintamonas si, su humildad -real- no lo llevó a donde está (como a todo el gremio, lo que le preocupa es sumar corazoncitos en la esquina del cuadrito del último video que subió al Instagram, cuidarse de los deditos para abajo, la repercusión de su último tweet o cuantos le ‘siguen’ en cuatro redes más). Se trata de la actitud cuando todo está en entredicho, cuando no hemos conseguido nada. Ahí es cuando quizá no puedas pasarte de humilde. ‘Es fácil ser humilde cuando se es célebre’ -Creo que es de Ernesto Sábato-. La humildad es, en realidad, un lujo que te puedes permitir si ya lo tienes todo ganado. Los logros no parten de certezas y hazañas legendarias no se gestan si en el punto de partida no nos inventamos una ficción imposible. Ahí lo difícil es ser soberbio, creerte invencible cuando sabes que te enfrentas a un gigante de fuego con un palo de madera.

Salgo de un conflicto y entro en otro, porque… esa humilde señal, esa bengala, no puede quedar en un pequeño destello, ¿cierto? nadie la verá… pero si busco atraer atención con grandes fuegos artificiales, les seguirá olor a pólvora y humo; y si finalmente me quedo en humo lo que seré es un soberbio fantasma de mucho ruido y pocas nueces ¿Es humilde asumir ese riesgo? Al final acabas en un entresijo de conflictos encadenados y opciones que se invalidan mutuamente. Todas son malas. Si te empeñas en hacerlo solo serás un soberbio tozudo, si no haces nada desde luego serás un cobarde, si buscas ayuda tendrás que demostrar algo, si eres vehemente te tomarán por loco…

Realmente creo que merece la pena analizar lo que tenemos escrito en el cerebro sobre la necesidad de ser humildes. La sociedad alaba la humildad como gran virtud, pero no la premia. Ahora, en la sociedad de las redes sociales, es así más que nunca, la verdad es aquello que sobresale, todo eso con lo que los algoritmos de las todopoderosas tecnológicas realimentan su bucle. Mimetizan la confianza o la inseguridad de cada individuo, que también funciona en bucles y se alimenta a sí misma. Al final, si algo se hace visible entonces tiene valor, no al contrario.

Y tiene lógica, aunque sea maquiavélica. Al fin y al cabo existe cierta correlación. Es un mecanismo perfectamente diseñado, hace que salga a flote el que está absolutamente convencido y dispuesto a pisar cabezas sin dudar para quedar por encima. Mientras, los que se lo piensan quedan abajo. Es un filtro, y funciona, funciona solo de hecho. Por supuesto, el que de algún modo deslumbra, el que es un fuera de serie indiscutible, no tiene ni que pensar en eso, pero todos los demás caen en ese embudo.

El mundo se hace complicado y el esfuerzo para discernir lo bueno, el valor o la verdad es demasiado alto y hay que buscar atajos, guiarse por la fama, la reputación, por la repercusión, seguidores, ‘likes’, instrumentos de masas que modulan la información que recibimos con la información que cedemos.

Ante ese panorama, ser humilde o soberbio puede quedar en una elección estratégica. Ambas opciones pueden tener éxito. La humildad puede ser una virtud, será apreciada por muchos, pero también puede pasar desapercibida. Inconscientemente esperamos que lo valioso se presente con fuerza y sin dudas. Eso hace que, muchas veces, lo que llega con prepotencia aplastante adquiere, solo por eso, valor automáticamente. El valor es subjetivo, ¡siempre!. Si hacemos arte, la humildad parece bastante opcional. Pero si ya no se trata de destacar o no, cuando queremos proponer algo que estará bien o mal, será verdad o mentira, y si eso nos importa, parece lógico exponerlo de forma prudente y cuidadosa con humildad, pero… ¿hasta dónde? ¿y a riesgo de hacerlo imperceptible?

La ciencia, en su sueño de objetividad, debería estar libre de esto. Y es también es una gran mentira. La ciencia es objetiva, pero su valor no.

Todos los días nos presentan resultados científicos inflados en las noticias, y de todas esas panaceas hay que diseccionar: por un lado, sacar qué es verdad, por otro, si es relevante. Se puede echar la culpa a los periodistas, pero los científicos también tienen su sed de gloria. Y no es que esos científicos, en su paper especializado no hayan sido perfectamente estrictos, pero, es lógico, todos necesitan hacer visible lo que hacen. En ciencia, más que en nada, discernir objetivamente es un esfuerzo enorme. Incluso la verdad más objetiva y poderosa, se pierde en la sombra si sale a la luz con la máxima prudencia y humildad.

Yo también estoy en el sistema, así que igual tengo que elegir estrategia. La cuestión es que tengo qué empezar a escribir esto, no sé cómo y lo que se me ocurre -no porque sea mejor ni peor que la arrogancia- es hacerlo con la humildad de reconocerlo: me siento inseguro , no sé cómo empezar y cuando empiece no sabré seguir, pero voy a escribir igual.

“¿Pero para qué si va a acabar en nada? Si dieras con algo genial y aplastante ya te estarías ahorrando esa humildad hipócrita. Acéptalo ya y húndete en la inopia de tu intuición dispersa, porque no aparecerá mágicamente ninguna luz de guía en este océano. Vive tu vida y déjate de blogs. No has resuelto nada, lo has intentado y te supera, por ignorancia, por incapacidad, estupidez, da igual, déjalo ya. Es tarde para puzles cosmológicos, tu pieza no tiene forma...”

¡Basta! basta! basta! -Mi reflexión rebota cada vez más rápido entre proposiciones fragmentadas y contradictorias- ¿Para qué me meto en mi propia trampa lógica?

“Tu lógica aburre ya ¿De verdad harás algo?” 

-Realmente no consigo ser nada lógico, cuanto más lo intento menos lo soy-

“No te empeñes en ser coherente, nadie quiere que seas coherente, quieren que seas auténtico, si tu hilo de pensamiento solo quiere romperse, deja que se haga pedazos y ya lo recompondrás.”

La niebla no está solo en la carretera. Siento ofuscación, ansiedad, me parece que la vista se me enturbia ...

“A la mierda la humildad. Claro que vas... “

... sí -quiero parar esto-, voy, voy a escribir. No tengo porque ser humilde, ni modesto, ni una mierda porque de aquí va a salir una puta genialidad. No sé aún cuál es, pero eso es lo de menos...

“No, pero no puedes escribir esto, no todo lo que piensas tienes que escribirlo. ¿No ves qué no tiene sentido?”

¿Qué estoy haciendo? Otra vez en el mismo sitio. No, va a ser que la humildad tampoco es un buen tema para empezar el maldito blog.


La niebla se está disipando y algunos rayos de sol escapan de un amanecer ahogado enrojeciendo el paisaje de viejos cortijos y bosque bajo. Respiro hondo e intento dejar de pensar un poco. Es el mismo trayecto cada día, y cada día es un poco diferente, dentro y fuera de mí. Detengo el coche en un estrecho apartadero desde donde tengo una buena vista del paisaje que empieza a inundarse de un sol casi horizontal. es temprano y no tengo prisa en llegar al trabajo. La luz es bonita, las lomas están muy verdes, al otro lado del quitamiedos se extiende un pequeño prado y, a unos cien metros, una vieja nave abandonada rodeada de sauces defiende su semi perdida ubicación frente a la corrosión. Esta carretera está llena de ruinas, unas más rotas que otras. Ésta concretamente no es la primera vez que llama mi atención, el techo está hundido, como si un gigante hubiera metido ahí el pie, así como por accidente, como quien pisa una caja de cartón mojada entre la basura. Me transmite un aire de melancolía que me da casi como sueño, con esas paredes grises llenas de pintadas feas y mal garabateadas. Solo en un flanco, junto a la puerta, alguno se había molestado en zigzaguear el relleno de unas ‘bubble letters’.

Grafittis y edificios abandonados me fascinan por igual, encontrar unos dentro de otros se ha vuelto una afición. Periódicamente hago un rastreo de nuevos sitios potencialmente interesantes y, aparte, tengo algunos que son mis favoritos y que he visitado varias veces. En ellos, buscar los mágicos brotes de spray que no estaban la última vez entre todo lo viejo y derruido es parte del juego. Cuando vas explorando no es raro dudar si algo fue pintado recientemente o ya estaba ahí y te paso desapercibido. 

Concentro la mirada en los colores desgastados de esa fachada y noto que se afianza la calma. Me doy cuenta de que no puedo enquistarme así, no resuelve nada. la cabeza me hace un clic, como si se hubiera soltado un resorte que destensa mi ofuscación. Sigo mirando esa nave donde, hasta ahora, nunca se me había ocurrido colarme. Decido que no es mal momento para hacerlo.

Al bajar del coche siento la caricia contrapuesta del sol y del viento. Me acerco eligiendo con cuidado donde pisar porque hay bastante barro entre la hierba. Los tres alambres torcidos de la cerca no se hacen un obstáculo. Igualmente, a través de un boquete junto al portón, me resulta fácil acceder al interior.

Interior que no me decepciona: La construcción es simple, un rectángulo grande, pero ese espacio está rendido a un enorme graffiti-mural realmente sobrecogedor, hipnótico, de excelente técnica y detalle. Ocupa toda la pared norte y sigue por parte de las adyacentes. Se despliega en el clásico estilo repleto de formas filosas y flechas en el que las letras se retuercen consigo mismas y con las demás en un entresijo tan complejo que es imposible leer el nombre que hay escrito. No sabría decir si es un ‘WildStyle’ o un ‘ModelPastel’ pero hay cierto efecto de profundidad, casi envolvente, pero no obvio. De entre las letras asoman unas figuras femeninas con aire rapero-fantasmagórico, botes de pintura y gesto burlón. Parecen contentas de verme aquí. Sea el que sea el nombre que hay escrito resulta imponente. Eso es lo que hace un grafitero, imponer su nombre… sin humildad ninguna. Irónicamente, esa magnífica obra está escondida aquí dentro, donde sólo unos poco curiosos entrarán, mientras el exterior no muestra más que rayajos furiosos, ‘tags’ sin gracia alguna.

._·-¨·-·-·.

El juego entre las formas de la pintura, entre globosas y afiladas, el color que las satura, y las perfectas líneas rectas trazadas por el sol a través del polvo produce un efecto de inconsistencia. Me parece como si esas paredes cuarteadas estuvieran huecas. La extraña nitidez de las texturas, herrumbre, piedra, musgo, sumadas a la sensación de que, cada detalle y cada material hubiera sido generado hace un instante, como parte de una alucinación controlada ...me hacen sentir que, a cada paso que doy, el escenario se renderiza de nuevo. Es como si todo a mi alrededor estuviera sacado de un videojuego muy realista.

Dondequiera que dejo reposar la mirada hay destellos de pequeñas partículas metálicas suspendidas en el aire. Me parecen pixeles muertos, agujeros en el tejido de la realidad, siempre a punto de empezar a girar y arremolinarse amenazando con colapsar mi percepción, pero sin llegar nunca a hacerlo. De ellos imagino escapar minúsculas hadas. No son más que expresiones de mis frustradas construcciones mentales que quieren llenar todo el espacio, mis sobrevenidas ideas. Son difusas, buscan forma, me parece que oscilan, cambian sin parar entre lo estúpido y lo brillante, ... en cualquier caso, no se dejan cazar. Física, conciencia, mente, realidad, matemática, posible, imposible, no sé qué está dentro de qué... lo que haga o deje de hacer, con humildad o descaro, como todo lo que nace al mundo, va a seguir su camino. Se extinguirá en chispa o se hará fuego, saldrá a flote o se sumergirá, elegirá luz u oscuridad, será acogido o ignorado, ensalzado o descartado, juzgado, criticado, destripado, hundido y reflotado, quizá hasta prohibido, olvidado y escondido durante tiempo interminable para reaparecer convertido en verdad absoluta por un mundo que no lo podrá entender y cuando todo ha cambiado para ya nunca volver a ser lo mismo ... mejor no darle más vueltas y escribir lo que sea.









28/03/23 - 08:44


Otra vez en el coche, otra vez sensación de cargo de conciencia. Anoche me dormí enseguida, pero me he despertado brumoso. La mañana también está brumosa, hay niebla en la carretera. Me retumba en la cabeza esa partida de ajedrez extraña, esa conversación aún más extraña y la culpa de seguir sin escribir en ese maldito blog.

“Todo tu problema viene de antiguo, empezó con unos monos raros que se pasaron de los plátanos a hacerse grandes preguntas existenciales. Y cada mono respondía como quería: así, arte, filosofía y religión están llenas de respuestas, discutibles, por supuesto. Pero algunos monos quisieron ir un paso más allá en las respuestas y a esos no les ha valido con divagar... la respuesta tenía que poder comprobarse. Así nació la ciencia. Y ahora no puedes evitar darles a esos monos serios y disciplinados un valor especial por ello, porque, como ellos, al final buscas la verdad; y si todavía crees que está en algún sitio, es en la ciencia; aunque a ti, como mono individual, desafortunadamente, no se te acabe de dar bien.”

La conciencia volvería a dar por culo, eso ya lo sabía. Y quién mejor que yo para joderme a mi mismo: Es cierto, la ciencia se ha ganado mi confianza como el único filtro fiable de la verdad. De algún modo, no puedo evitar ponerla en la cúspide de la estructura de mi pensamiento. Si me hago una idea de algo en el mundo quiero poder someterla al método científico: hay una hipótesis, unas medidas, la hipótesis se comprueba o se refuta. En principio, es fácil.

Indagar sobre los pedacitos de la realidad, sobre la pasta de la existencia, es un instinto que parece inseparable de la consciencia –si mi conciencia me permite separarla de ella-. Todos lo hacemos a nuestra manera. Lo que pasa es que la humanidad lo lleva haciendo ya muchos años de historia y el camino está muy trillado. Así que la ciencia es ahora un territorio de colosos donde se hace brutalmente intimidante lanzar cualquier propuesta no rigurosa, pero ¿y si...?

“No, y si no. Ha habido mucha gente muy buena que ya se ha comido mucho el tarro y ahora hay otro montón que sigue haciéndolo. Lo han estudiado todo muy bien y tienen muy claro lo que hacen ¿sabes? Lo que tú tengas que decir no será una aportación, será un estorbo.“

¿Me ocurre esto solo a mí? ¿Este razonamiento impertinente? Intuyes que tienes algo, sin embargo, no acaba de salirte. Entonces piensas que mejor te lo guardas, casi por respeto, porque nadie tiene que tragarse y perder su tiempo con tu propuesta mediocre y ambigua.  Al final dejas que todo caiga en saco roto. Pero ¿y si...? sí, ¿y si realmente tenías algo valioso qué ofrecer?

No me quedo conforme. Algo me ronda la cabeza. Y sé bien que no estoy armado para entrar en ese terreno, me faltan capacidades y formación. Pero el pálpito es cada día más fuerte, aunque siempre igual de abstracto. Toda mi vida he dejado de intentar cosas porque doy por supuesto que no están a la altura, he desechado mis ideas, mis bocetos y mis quimeras porque nunca he podido darles valor, no he pensado que pudieran interesar a nadie. ¿Por qué?

Anoche lo vi, lo estaba viendo todo el tiempo. Y cuando llegué a casa lo seguía viendo, y solo atiné a huir otra vez, nada más que para volver a encontrármelo de bruces: Tengo un conflicto, un conflicto entre una idea persistente y obsesiva burbujeando bajo mi líquido cerebroespinal y mi incapacidad para plasmarla con solidez. Con solidez científica, claro, porque lo más lógico es pensar que es solo un delirio. Pero es un delirio que no deja de seducirme, un delirio sobre la esencia de la realidad misma, un delirio que, a ratos me parece un absurdo sinsentido y a ratos me parece palpable y evidente. ¿Y si no es del todo un delirio y me faltan conocimientos o herramientas para dilucidarlo? Quizás necesito ayuda, ayuda, aunque solo sea para descalificarlo y desterrarlo irrefutable y definitivamente.

Por otro lado, me fastidia, me pica el orgullo, pienso que como mi delirio que es y debería ser capaz de trabajarlo y aclararlo yo. Pero el tiempo pasa y no doy con la tecla, de hecho, cada vez veo más teclas que pulsar en el intrincado piano fractal que me envuelve y me invita a seguir una melodía secreta sintetizada desde alguna capa profunda de mi macerada mente.

La pequeña revelación que entresaco es que el único modo de romper el bucle es meterse en él: simplemente sacar fuera mi conflicto y escribir, dirigir el estreno del blog a esa lucha interna en una primera declaración de … ¿humildad? Humildad porque tengo que reconocer que no soy capaz de seguir adelante con esto solo y voy a necesitar ayuda. Sí, parece que no queda otra que lanzar una bengala en medio de este gran océano intelectual del ciberespacio, por si alguna de las grandes mentes, sólidas y bien estructuradas, que navegan por él pudiera ser atraída hacia mi esperpéntica hipótesis naufragada... Quizás el 'blog' no es más que eso, una bengala desesperada en la oscuridad.

Aunque lo veo claro, no me resulta fácil. De hecho, me molesta tener que salir de mi lavadora mental al mundo que gira fuera. Y es que… ¿cómo se conduce exactamente esa humildad ahí fuera?

La siento en la piel cada vez que miro al cielo inmenso, paso por ella cada vez que intento comprender algo, está dura, me la recuerda la gravedad cuando me caigo, y, si cabe, se hizo especialmente clara y evidente esa vez que mis pulmones se inundarón con una enorme bola de humo de sapo sagrado, me tumbé en la cama boca arriba y pasé media hora intentando dar sentido a la pintura del techo. La humildad es una cosa que notas cuando algo te sobrecoge y te supera.

Luego, en la práctica, no es una cuestión sencilla la HUMILDAD (¿No es irónico poner humildad con mayúsculas? Bueno, da igual). Ya de primeras parece bastante pantanoso entrar en la cuestión, si pretendo tratar el tema de la humildad con humildad. Es tan fácil que la humildad se revuelva, se tuerza hacia su cara oscura y se convierta en otra cosa, hipocresia o maquillada soberbia, que pienso que mejor ni lo voy a intentar.

El delicado equilibrio entre autoestima y modestia es bien conocido, incluso está documentado con experimentos: el efecto Dunning-Kruger, el efecto Pigmalión, la ley de la controversia de Benford y tantos fenómenos parecidos. Y es que es cierto que la humildad tiene doble filo, porque también es una pervertida sensación de humildad la que nos frena de atrevernos a mostrar lo que tenemos y lo que pensamos y a sentir que tiene poder y valor. Sé que cualquier psicólogo, sacerdote, mentor o superpositivo youtuber dador de consejos de las redes tiene mil argumentos para explicarte que sí que hay que ser humilde, y que la confianza y la humildad no son incompatibles, que van de la mano y, y que, ya… muy bonito, y mucha palabrería de libro de autoayuda, que ya lo sé. Lo sé, pero no se trata de eso, sigo pensando que hay una vuelta de tuerca más.

Llegado cierto punto, y una vez ahí fuera, lo que nos creamos o nos dejemos de creer importa poco, se trata de qué podemos conseguir según la actitud qué tomemos. Y en ese sentido ya da igual lo que quiera razonar cualquier influencer-predicador-pintamonas si, su humildad -real- no lo llevó a donde está (como a todo el gremio, lo que le preocupa es sumar corazoncitos en la esquina del cuadrito del último video que subió al Instagram, cuidarse de los deditos para abajo, la repercusión de su último tweet o cuantos le ‘siguen’ en cuatro redes más). Se trata de la actitud cuando todo está en entredicho, cuando no hemos conseguido nada. Ahí es cuando quizá no puedas pasarte de humilde. ‘Es fácil ser humilde cuando se es célebre’ -Creo que es de Ernesto Sábato-. La humildad es, en realidad, un lujo que te puedes permitir si ya lo tienes todo ganado. Los logros no parten de certezas y hazañas legendarias no se gestan si en el punto de partida no nos inventamos una ficción imposible. Ahí lo difícil es ser soberbio, creerte invencible cuando sabes que te enfrentas a un gigante de fuego con un palo de madera.

Salgo de un conflicto y entro en otro, porque… esa humilde señal, esa bengala, no puede quedar en un pequeño destello, ¿cierto? nadie la verá… pero si busco atraer atención con grandes fuegos artificiales, les seguirá olor a pólvora y humo; y si finalmente me quedo en humo lo que seré es un soberbio fantasma de mucho ruido y pocas nueces ¿Es humilde asumir ese riesgo? Al final acabas en un entresijo de conflictos encadenados y opciones que se invalidan mutuamente. Todas son malas. Si te empeñas en hacerlo solo serás un soberbio tozudo, si no haces nada desde luego serás un cobarde, si buscas ayuda tendrás que demostrar algo, si eres vehemente te tomarán por loco…

Realmente creo que merece la pena analizar lo que tenemos escrito en el cerebro sobre la necesidad de ser humildes. La sociedad alaba la humildad como gran virtud, pero no la premia. Ahora, en la sociedad de las redes sociales, es así más que nunca, la verdad es aquello que sobresale, todo eso con lo que los algoritmos de las todopoderosas tecnológicas realimentan su bucle. Mimetizan la confianza o la inseguridad de cada individuo, que también funciona en bucles y se alimenta a sí misma. Al final, si algo se hace visible entonces tiene valor, no al contrario.

Y tiene lógica, aunque sea maquiavélica. Al fin y al cabo existe cierta correlación. Es un mecanismo perfectamente diseñado, hace que salga a flote el que está absolutamente convencido y dispuesto a pisar cabezas sin dudar para quedar por encima. Mientras, los que se lo piensan quedan abajo. Es un filtro, y funciona, funciona solo de hecho. Por supuesto, el que de algún modo deslumbra, el que es un fuera de serie indiscutible, no tiene ni que pensar en eso, pero todos los demás caen en ese embudo.

El mundo se hace complicado y el esfuerzo para discernir lo bueno, el valor o la verdad es demasiado alto y hay que buscar atajos, guiarse por la fama, la reputación, por la repercusión, seguidores, ‘likes’, instrumentos de masas que modulan la información que recibimos con la información que cedemos.

Ante ese panorama, ser humilde o soberbio puede quedar en una elección estratégica. Ambas opciones pueden tener éxito. La humildad puede ser una virtud, será apreciada por muchos, pero también puede pasar desapercibida. Inconscientemente esperamos que lo valioso se presente con fuerza y sin dudas. Eso hace que, muchas veces, lo que llega con prepotencia aplastante adquiere, solo por eso, valor automáticamente. El valor es subjetivo, ¡siempre!. Si hacemos arte, la humildad parece bastante opcional. Pero si ya no se trata de destacar o no, cuando queremos proponer algo que estará bien o mal, será verdad o mentira, y si eso nos importa, parece lógico exponerlo de forma prudente y cuidadosa con humildad, pero… ¿hasta dónde? ¿y a riesgo de hacerlo imperceptible?

La ciencia, en su sueño de objetividad, debería estar libre de esto. Y es también es una gran mentira. La ciencia es objetiva, pero su valor no.

Todos los días nos presentan resultados científicos inflados en las noticias, y de todas esas panaceas hay que diseccionar: por un lado, sacar qué es verdad, por otro, si es relevante. Se puede echar la culpa a los periodistas, pero los científicos también tienen su sed de gloria. Y no es que esos científicos, en su paper especializado no hayan sido perfectamente estrictos, pero, es lógico, todos necesitan hacer visible lo que hacen. En ciencia, más que en nada, discernir objetivamente es un esfuerzo enorme. Incluso la verdad más objetiva y poderosa, se pierde en la sombra si sale a la luz con la máxima prudencia y humildad.

Yo también estoy en el sistema, así que igual tengo que elegir estrategia. La cuestión es que tengo qué empezar a escribir esto, no sé cómo y lo que se me ocurre -no porque sea mejor ni peor que la arrogancia- es hacerlo con la humildad de reconocerlo: me siento inseguro , no sé cómo empezar y cuando empiece no sabré seguir, pero voy a escribir igual.

“¿Pero para qué si va a acabar en nada? Si dieras con algo genial y aplastante ya te estarías ahorrando esa humildad hipócrita. Acéptalo ya y húndete en la inopia de tu intuición dispersa, porque no aparecerá mágicamente ninguna luz de guía en este océano. Vive tu vida y déjate de blogs. No has resuelto nada, lo has intentado y te supera, por ignorancia, por incapacidad, estupidez, da igual, déjalo ya. Es tarde para puzles cosmológicos, tu pieza no tiene forma...”

¡Basta! basta! basta! -Mi reflexión rebota cada vez más rápido entre proposiciones fragmentadas y contradictorias- ¿Para qué me meto en mi propia trampa lógica?

“Tu lógica aburre ya ¿De verdad harás algo?” 

-Realmente no consigo ser nada lógico, cuanto más lo intento menos lo soy-

“No te empeñes en ser coherente, nadie quiere que seas coherente, quieren que seas auténtico, si tu hilo de pensamiento solo quiere romperse, deja que se haga pedazos y ya lo recompondrás.”

La niebla no está solo en la carretera. Siento ofuscación, ansiedad, me parece que la vista se me enturbia ...

“A la mierda la humildad. Claro que vas... “

... sí -quiero parar esto-, voy, voy a escribir. No tengo porque ser humilde, ni modesto, ni una mierda porque de aquí va a salir una puta genialidad. No sé aún cuál es, pero eso es lo de menos...

“No, pero no puedes escribir esto, no todo lo que piensas tienes que escribirlo. ¿No ves qué no tiene sentido?”

¿Qué estoy haciendo? Otra vez en el mismo sitio. No, va a ser que la humildad tampoco es un buen tema para empezar el maldito blog.


La niebla se está disipando y algunos rayos de sol escapan de un amanecer ahogado enrojeciendo el paisaje de viejos cortijos y bosque bajo. Respiro hondo e intento dejar de pensar un poco. Es el mismo trayecto cada día, y cada día es un poco diferente, dentro y fuera de mí. Detengo el coche en un estrecho apartadero desde donde tengo una buena vista del paisaje que empieza a inundarse de un sol casi horizontal. es temprano y no tengo prisa en llegar al trabajo. La luz es bonita, las lomas están muy verdes, al otro lado del quitamiedos se extiende un pequeño prado y, a unos cien metros, una vieja nave abandonada rodeada de sauces defiende su semi perdida ubicación frente a la corrosión. Esta carretera está llena de ruinas, unas más rotas que otras. Ésta concretamente no es la primera vez que llama mi atención, el techo está hundido, como si un gigante hubiera metido ahí el pie, así como por accidente, como quien pisa una caja de cartón mojada entre la basura. Me transmite un aire de melancolía que me da casi como sueño, con esas paredes grises llenas de pintadas feas y mal garabateadas. Solo en un flanco, junto a la puerta, alguno se había molestado en zigzaguear el relleno de unas ‘bubble letters’.

Grafittis y edificios abandonados me fascinan por igual, encontrar unos dentro de otros se ha vuelto una afición. Periódicamente hago un rastreo de nuevos sitios potencialmente interesantes y, aparte, tengo algunos que son mis favoritos y que he visitado varias veces. En ellos, buscar los mágicos brotes de spray que no estaban la última vez entre todo lo viejo y derruido es parte del juego. Cuando vas explorando no es raro dudar si algo fue pintado recientemente o ya estaba ahí y te paso desapercibido. 

Concentro la mirada en los colores desgastados de esa fachada y noto que se afianza la calma. Me doy cuenta de que no puedo enquistarme así, no resuelve nada. la cabeza me hace un clic, como si se hubiera soltado un resorte que destensa mi ofuscación. Sigo mirando esa nave donde, hasta ahora, nunca se me había ocurrido colarme. Decido que no es mal momento para hacerlo.

Al bajar del coche siento la caricia contrapuesta del sol y del viento. Me acerco eligiendo con cuidado donde pisar porque hay bastante barro entre la hierba. Los tres alambres torcidos de la cerca no se hacen un obstáculo. Igualmente, a través de un boquete junto al portón, me resulta fácil acceder al interior.

Interior que no me decepciona: La construcción es simple, un rectángulo grande, pero ese espacio está rendido a un enorme graffiti-mural realmente sobrecogedor, hipnótico, de excelente técnica y detalle. Ocupa toda la pared norte y sigue por parte de las adyacentes. Se despliega en el clásico estilo repleto de formas filosas y flechas en el que las letras se retuercen consigo mismas y con las demás en un entresijo tan complejo que es imposible leer el nombre que hay escrito. No sabría decir si es un ‘WildStyle’ o un ‘ModelPastel’ pero hay cierto efecto de profundidad, casi envolvente, pero no obvio. De entre las letras asoman unas figuras femeninas con aire rapero-fantasmagórico, botes de pintura y gesto burlón. Parecen contentas de verme aquí. Sea el que sea el nombre que hay escrito resulta imponente. Eso es lo que hace un grafitero, imponer su nombre… sin humildad ninguna. Irónicamente, esa magnífica obra está escondida aquí dentro, donde sólo unos poco curiosos entrarán, mientras el exterior no muestra más que rayajos furiosos, ‘tags’ sin gracia alguna.

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El juego entre las formas de la pintura, entre globosas y afiladas, el color que las satura, y las perfectas líneas rectas trazadas por el sol a través del polvo produce un efecto de inconsistencia. Me parece como si esas paredes cuarteadas estuvieran huecas. La extraña nitidez de las texturas, herrumbre, piedra, musgo, sumadas a la sensación de que, cada detalle y cada material hubiera sido generado hace un instante, como parte de una alucinación controlada ...me hacen sentir que, a cada paso que doy, el escenario se renderiza de nuevo. Es como si todo a mi alrededor estuviera sacado de un videojuego muy realista.

Dondequiera que dejo reposar la mirada hay destellos de pequeñas partículas metálicas suspendidas en el aire. Me parecen pixeles muertos, agujeros en el tejido de la realidad, siempre a punto de empezar a girar y arremolinarse amenazando con colapsar mi percepción, pero sin llegar nunca a hacerlo. De ellos imagino escapar minúsculas hadas. No son más que expresiones de mis frustradas construcciones mentales que quieren llenar todo el espacio, mis sobrevenidas ideas. Son difusas, buscan forma, me parece que oscilan, cambian sin parar entre lo estúpido y lo brillante, ... en cualquier caso, no se dejan cazar. Física, conciencia, mente, realidad, matemática, posible, imposible, no sé qué está dentro de qué... lo que haga o deje de hacer, con humildad o descaro, como todo lo que nace al mundo, va a seguir su camino. Se extinguirá en chispa o se hará fuego, saldrá a flote o se sumergirá, elegirá luz u oscuridad, será acogido o ignorado, ensalzado o descartado, juzgado, criticado, destripado, hundido y reflotado, quizá hasta prohibido, olvidado y escondido durante tiempo interminable para reaparecer convertido en verdad absoluta por un mundo que no lo podrá entender y cuando todo ha cambiado para ya nunca volver a ser lo mismo ... mejor no darle más vueltas y escribir lo que sea.